La casa de Ignacio Ferreira.-
Cuando llegó al pueblo, en esa tarde de julio, no encontró más que silencio y piedras.- No le daba el cobre pa ir más lejos, y hasta ahí le llevó el tren.-Se sentó un rato en un banco de la estación, con la mirada perdida en un tiempo que le dejó solo ausencia, cargó las pocas cosas que le pertenecían y comenzó a caminar.
-Buen día, disculpe que lo moleste don, recién e llegado al pueblo, ¿no sabe de alguien que precisé un pión? –le preguntó al dueño del almacén, que sentado en la puerta del negocio se tomaba un cimarrón.-
-Buenas tardes mozo, ¿un pión?, déjeme pensar- Josefa-gritó corriendo la cortina de tiritas de cadena que evitaba que las moscas entraran al negocio, ¿te acordás quien fue que nos dijo que precisaba un pión, el otro día?
Limpiándose las manos enharinadas en el delantal, y con una sonrisa dulce como la miel, apareció la Josefa, -Fue Ignacio, ¿te acordás?, quería hacer unos arreglitos en la casa.-
-Ah si, tenés razón-Mire, siga por esta calle, hasta donde termina, doble a la derecha y va a ver la escuela , frente a ella, sale un callecita de tierra, y a unos 50 metros esta la casa, seguro le salen los perros, pero no se asuste, son mansos ,grite fuerte, porque Ignacio, ta viejo y no escucha, vió
-Ajá, e inclinó la cabeza, como dando las gracias- La tarde iba cayendo, cuando llegó hasta la tranquera y como dijo el almacenero, los perros se le vinieron encima, pero a ellos el Aniceto, no les tenía miedo, no traicionaban iban de frente.-Golpeo las manos, y grito-
Buenas y santas¡¡-pero nadie salió a recibirlo, abrió despacio la tranquera y entro –Buenas y santas, Don Ignacio?.-
-¿Quien dice que anda?-escucho una voz que venia desde el fondo
-Guenas, disculpe, que me haya entrado, me dijo el almacenero, que anda necesitando un pión.-
-Ajá- y sin preguntarle nada, le dijo- Pase, amigo, vamo a tomar unos mates ansi descansa un poco
Y así Aniceto conoció a Don Ignacio y su casa, sin pensar que cosas el destino nos tiene preparada.-
La noche se vino encima rápido, porque en invierno, el día es corto y la noche larga.-
Pocas fueron las palabras que ese día intercambiaron, comieron un guiso de garbanzos, que Ignacio tenía preparado del mediodía y dispues le mostró su habitación, un catre, un cajón de manzana por mesa de noche, ,un porta vela ,un perchero, un crucifijo en la pared y una silla, era el mobiliario, pa´l Aniceto un palacio.-
Ni soñó aquella noche, el cansancio que tenia acumulado, lo venció una vez más.-
Las cinco en el campo, es hora de levantarse, un aroma a café recién hecho, le dio ilusión.- Se puso la bombacha, las alpargatas, el ponchito, salió al patio, se lavó la cara con el agua de la bomba.-Entró a la cocina.-Buen día, Don Ignacio-
-Buen día Aniceto, pasá tomate el desayuno, que hay mucho por hacer-
-Gracias- ¿Por donde empezamos, don Ignacio? Preguntó, ansioso por meter mano en algo pa no pensar.-
-Tranquilo muchacho, tiempo al tiempo, pa’cer hay…, pero antis o después es lo mesmo.-
Amanecía despacio y los dos hombres, compartían la soledad de sus caminos paralelos.-
-Al granero le hace falta una mano de cal, primero dale una lavada a cepillo y después lo pintas, ¿ta?
-Lo que usté diga patrón.-
-Nada de patrón, acá no hay patrones, en todo caso, don Ignacio, que ya es mucho- Ah, no hablamos de la paga, mirá mucho no hay, casa, comida, y mil pesos, es lo que puedo darte.-
-Ta bien, Don Ignacio, me alcanza pa ir viviendo –
Todo lo que le dieran era como un regalo de la vida, ya no esperaba nada, y esa fue, su mas grande riqueza.-
Cuando terminaron, don Ignacio se quedó ordenando la cocina y el Aniceto enfiló pa el granero, había caído una helada, y todo el campo se veía blanco de escarcha.-Acostumbrado al frío, Aniceto llenó un balde de agua y buscó un cepillo en el tallercito, que tenía montado el viejo, y casi se sintió feliz.-Tenía un techo, comida y un trabajo.-
-Que cosas tiene esta vida…-pensó pa dentro- ayer no sabía ni adonde pasaría la noche, hoy tengo casi esperanza… Y era así su existencia, entre la desesperanza y el creer que algo bueno puede ocurrir.-
Estaba en esas cavilaciones, en el taller, cuando algo le picó en el brazo, tan fuerte que pegó un grito de dolor, miró a su alrededor pero no pudo descubrir que bicho pudo haber sido, miró su brazo adolorido y vio, la camisa rota y unas gotas de sangre que caían sobre el suelo de tierra apisonada, se sintió mareado, quiso llamar a don Ignacio, pero se desplomó sin lograrlo.-
Cuando el viejo, llegó ya era tarde, Aniceto estaba muerto.-
-Bueno, otro más-dijo el viejo- nunca voy a poder pintar este granero
En la casa de don Ignacio, cada día es único, la vida es hoy el mañana quizás no exista, “casi” como en todos lados y esta bien que así sea.-
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