Corazón que te acongojas,
no preocupes a tu dueño,
no intranquilices su sueño,
alégrate como él goza
aunque el goce sea pequeño.
No olvides tú, corazón,
que el que te posee es, también,
pobre y cautivo a la vez
de tu pena y aflicción,
dale, entonces, paz, no hiel.
Gracias a ti, permanece
vivo el hombre en su esperanza
sin que la vil acechanza
haga de aquel un juguete
cual si le tendieran trampas
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